Marido y mujer

 


Marido y mujer

 

Por: Pedro Rafael Gutiérrez Doña

Periodista

 

L

as recientes declaraciones del Papa Francisco en las que afirma que ‘en la Iglesia Católica hay curas casados y muchos tienen hijos...’ están dando mucho de que hablar.  Señala el religioso que ‘No hay ninguna contradicción para que un sacerdote se pueda casar, el celibato en la iglesia occidental es una prescripción temporal, todos los de la iglesia oriental están casados o los que quieren...” 

Ya era hora de que algún Papa se refiriera a este velado tema y renovar por efecto los cimientos de la Iglesia Católica, sobre todo en aquellos sectores orquestados por mandamientos de hombres, de cánones cardenalicios o de la histórica práctica de una férrea costumbre, no por ser un mandamiento que venga de las sagradas escrituras. 

Muy pronto, los sacerdotes católicos bajo la tutela del Vaticano, podrán recibir la bendición de sus pares al sellar la institución del matrimonio con la conocida frase: los declaro… marido y mujer, derecho que hasta hoy, había sido negado por una prescripción temporal, la que no podía ser eterna… señaló claramente el Pontífice.

Bajo estas premisas, importante es recordar que en ninguna parte de la Biblia dice que un sacerdote no pueda casarse, mucho menos referirse a conceptos como ‘prescripciones temporales’ sin embargo, han venido ejerciendo el celibato, un mandato practicado desde el siglo IV por personeros de la iglesia católica el que les impedía casarse o tener relaciones sexuales.  Esta medida con el pasar de los años no dio buenos frutos, considerando la naturaleza misma del hombre como un ser tripartito; espíritu, alma y cuerpo, cada uno con una función y necesidades diferentes.  

En este caso, el cuerpo del hombre fue diseñado para unirse a través del matrimonio con su complemento perfecto: la mujer.  Todo lo que esté fuera de este orden biológico es anti-natura, anti bíblico y no es reconocido por el catolicismo.  De este descarrío hedonista, provinieron los conocidos escándalos de homosexualismo y abusos a menores en la Iglesia, por haberles prohibido las relaciones sexuales como Dios las estableció desde un principio, y no por mandamientos de mortales o de encíclicas papales.

Aún en nuestros días, muchos líderes religiosos de diferentes denominaciones, han malinterpretado la decisión personal del Apóstol Pablo de no casarse, como una conducta a seguir. 

La Biblia, -para su conocimiento- no obliga a nadie a nada, es por eso que el mismo Jesús nos dice en los evangelios  que “…si alguno quiere seguirme…”, -dice que si alguno-, no es una imposición o una orden tajante, es una decisión personal que el que la quiere la toma o por el contrario la deja, todo ello en el uso consciente de su libre albedrío.  De la misma manera, el apóstol Pablo en la primera Carta a los Corintios señala que el que quiera casarse, que lo haga y el que no, está en libertad de no hacerlo.

A mi modo de ver las cosas, la Iglesia Católica en vez de haber establecido un cerrojo con la práctica del celibato -a la que el Papá llamó 'una disciplina'-, debió haber puesto como condición para el sacerdocio el estar casado, tener una familia y así poder ejercer dicha labor a plenitud y no vivir la experiencia mediante el puro concepto o la letra muerta.

Y es ahí precisamente donde radica el problema, muchas de las tribulaciones del ser humano en la actualidad, son por falta de conocimiento, no del conocimiento humano sino del conocimiento de la Palabra, ya que actúan en base a un guión establecido por la costumbre religiosa y no por mandamientos morales y espirituales, los cuales son eternos.

Ya vendrán en el futuro más cambios en la iglesia revelados por el Papa Francisco,  como podrían ser el cese al culto y adoración de imágenes de personajes bíblicos o el paseo de las mismas por calles y avenidas en época de Semana Santa, prácticas que por ningún lado son dictadas por los Evangelios.

Sean bienvenidas las palabras del Papa Francisco, rescatemos al matrimonio tal y como lo establece el libro de la vida y así mantener vivo el vínculo matrimonial entre un hombre y una mujer, fundamento de la construcción de un Estado que reconoce a Dios, como garante del bien de toda la humanidad.

 

 

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