Por: Pedro Rafael Gutiérrez Doña
No hace mucho tiempo el famoso chupacabras era titular en la mayoría de periódicos de América Latina. Aquel animal bípedo de ojos saltones, filosos colmillos, de pelo grueso, púas en la espalda y de grandes y afiladas garras, se había convertido en el terror de fincas ganaderas, ovinas y caprinas. Su presencia se hizo notable en Costa Rica, Venezuela, Brasil, Nicaragua, Honduras y no pocas veces en Estados Unidos y Puerto Rico, lugar donde apareció por primera vez en 1995. Este bicho se caracterizaba principalmente, por chupar la sangre de los animales hasta darles muerte, sin dejar evidencia de violencia extrema, no más que un pequeño hueco por donde succionaba el vital líquido a sus víctimas. Lo cierto de este animal/demonio son los testimonios de muchos finqueros de diferentes países, quienes dicen haberlo visto, mostrando como evidencias decenas de animales muertos causados por sus ataques. Su última aparición en el país fue en el año 2018 en Jaris, cantón de Mora en la provincia de San José donde algunos ganaderos denunciaron los ataques del animal, dejando algunas vacas sin vida.
Casi al
mismo tiempo, merodeaba a lo largo de la Avenida Central un grupo de
jovencitos dedicados a realizar ‘cadenazos’ y ‘carterazos’ a transeúntes
descuidados, estos últimos, llamados en el argot de la zoología como los
‘chapulines’. Su campo de acción abarcaba desde la estatua de León Cortés
en La Sabana, cruzaba la Avenida Central y terminaba en Cuesta de Moras.
El chupacabras por su parte, actuaba solo de noche, en zonas rurales,
mientras que los Chapulines en grupos de 2 ó 3 ubicados a lo largo de la
Avenida, capaces de sacarle la billetera a cualquiera a punta de arma blanca o
arrancar cadenas de oro a señoras indefensas. Luego del ‘progreso’
que nos heredó el eterno Alcalde de San José, la avenida fue transformada en un
paseo peatonal inconcluso, donde ahora es común observar a hippies vendiendo
tiliches, CDs pirateados, chips para celulares, alcohol en gel, mascarillas
para la cara, escuchar un cuarteto de marimba y ver a uno que otro
‘guitarrista’ como el hasta hace poco fallecido ‘Marito Mortadela’. Hoy
en día los chapulines cambiaron de estrategia, ya que ahora ampliaron su radio
de acción y su objetivo, esta vez, está dirigido a ingenuos turistas que
dan un paseo por el área metropolitana.
En realidad los chapulines no se han ido del todo de la capital, cambiaron de contexto y muchos de ellos ahora fueron diezmados por otra especie conocida popularmente como los de ‘cuello blanco’. Estos animalitos ocupan desde hace tiempo, importantes puestos en las instituciones del Estado, a los que se les conoce con el mote de ‘cochinillas’; nombre de la certera acción policial que dio al traste con el mayor acto de corrupción en la historia de nuestro país. Este, es un grupo mayormente organizado, usan en sus cuellos blancos Dolce & Gabbana, pero son igualmente feroces, usando guantes blancos de seda, fueron capaces de estafar al país entero por la módica suma de 78.000.000.000 (setenta y ocho mil millones de colones) los que embriagados por las riquezas mal habidas, dejaron mortales rastros de sangre en el gobierno. Qué lamentable es saber que estos animales no puedan hablar y dejarnos para nuestro haber grandes lecciones sobre la naturaleza humana, como lo hicieron en su oportunidad Cipión y Berganza, aquel par de canes hablantines legados por Don Miguel de Cervantes en El coloquio de los perros. Sin embargo, es notorio deducir las preferencias del trío en mención, cuando vemos el fruto de sus acciones.
La presencia de estos animalitos en la realidad política del país, no solamente refleja una pequeña parte de la enajenante cultura del silencio, traducida ésta, como aquella que se limita a callar frente a la corrupción imperante o al stablishment cotidiano, sino también, a llamar a los políticos corruptos como a inocentes insectos. Y mientras en el mundo los desórdenes políticos perjudican a diferentes especies, la pandemia y sus restricciones hicieron que muchos animales invadieran ciudades y campos, atraídos por ciudades paralizadas por el ataque del Covid-19. En 1991 por ejemplo, año de la disolución de la URSS y la eventual caída del bloque soviético, los jabalíes, el oso pardo y el alce fueron seriamente afectados debido al indiscriminado furtivismo, la desaparición de tierras cultivadas en las que se alimentaban y la violación a leyes de protección a la fauna salvaje. Hoy en Costa Rica los papeles se invirtieron, al ser doblegados esta vez, por los estragos mortales de un virus y el ataque organizado de la mafia conocida como la cochinilla.
Si bien es cierto la cochinilla chupa el jugo o la savia de las plantas, provocando hongos en las hojas hasta darles muerte, el chupacabras de igual manera chupa hasta la última gota de sangre a los animales hasta matarlos. Por su parte los chapulines siguen trabajando y no pierden la oportunidad de atacar en cualquier descuido, para despojar con violencia, a honestos trabajadores del fruto de su trabajo. No perdemos pues la esperanza, que las autoridades en esta oportunidad lleguen a las últimas consecuencias y logren evitar a corto plazo que el chupacabra, los chapulines y las cochinillas nos quiten la imperiosa necesidad de vivir en una democracia sin corrupción y lejos de estos animalitos.
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